Palabras del maestro Miguel Astor, miembro del Comité Asesor del CICCAG en el Evento de Anuncio de Ganadores de la I Edición (26/11/2017)
El maestro Alberto Grau es un ejemplo de cómo la inmigración enriquece a un país. Y de cómo la vida, aunque no lo parezca, semeja a un río que retoma siempre su cauce armonioso.
Nació en Vic, un pequeño pueblo catalán cerca de Barcelona el 7 de noviembre de 1937 en plena Guerra Civil Española. Hijo de republicanos, su familia se vio forzada a huir a Francia a través de los Pirineos en medio del invierno. Allí creció el niño en medio de la II Guerra Mundial. En una ocasión me contó como recordaba a los soldados alemanes, como el catalán en la casa y el francés en la calle, fueron sus lenguas maternas y como su madre lo mandaba a repartir leche en bicicleta, para que de tanto en tanto tomara un sorbo aquí y allá, dadas las carencias de todo exilio. A finales de los años 40 su familia se trasladó a Venezuela, donde aprendió por fin la lengua castellana.
Con su padre, don Luis Grau, llegó también el gusanillo de la música. Don Luis había sido miembro del Orfeó Catalá. Y apenas pudo, ingresó como tenor a la Coral Venezuela que dirigía el maestro Ángel Sauce. Este sería uno de los mentores del joven Alberto en la Escuela de Música “Juan Manuel Olivares” de donde egresó como Profesor Ejecutante de Piano de la cátedra de la profesora Cristina Vidal de Pereira. Posteriormente, Alberto continuó estudios de composición en la Escuela Superior de Música con el maestro Vicente Emilio Sojo donde tuvo como condiscípulos al recordado Simón Díaz y al maestro José Antonio Abreu.
Pero la vocación pianística dio paso a la del canto coral. Así, comenzando los años 60 se dedicó a estudiar dirección con su principal mentor musical y humano, el maestro Gonzalo Castellanos Yumar. Metido de lleno en el medio musical, escribe a los 28 años un polémico artículo de prensa con motivo del Festival de Música de Caracas de 1966, donde mostró la importancia que siempre le ha dado al pensar con criterio propio.
Un año después fundó la Schola Cantorum de Caracas con la que creó un sonido puro y fluido que sorprendió al medio musical desde entonces. Una vez Alberto me contó que en una ocasión le llevó al maestro Sojo y al maestro Evencio el primer disco de aguinaldos de la Schola con sus novedosos arreglos a cuatro voces. Los dos venerables maestros recibieron el regalo con, digamos, poco entusiasmo sorprendidos quizás por el atrevimiento de un muchacho que osaba vestir con nuevos ropajes los villancicos tradicionales.
La Schola en 1974 alcanzó una de las hazañas más importantes de nuestra historia musical, al ganar el Concurso Internacional Guido d’Arezzo. Y Grau convirtió ese triunfo en un impulso para desarrollar un movimiento coral masivo que entonces no existía en el país. Crea la Fundación Schola Cantorum de Caracas, la cátedra de dirección coral, el movimiento coral infantil y juvenil para el que escribe numerosas obras.
¿Qué lección nos sigue dando el maestro hoy? Muchas, pero me quiero quedar con esta. Hoy, cuando miles de Albertos del futuro han salido por el mundo como una vez lo hizo una humilde familia catalana, es bueno que piensen que, en medio de las dificultades que todo exilio conlleva, repetirán una historia maravillosa que ya hemos conocido. Que, en el río de la vida, aunque no lo parezca ahora, finalmente las aguas retornarán a su cauce armonioso. Que dejarán legiones de jóvenes agradecidos regados por todo el mundo. Así como los que en Venezuela hemos tenido la dicha, el honor y el privilegio de conocer, admirar y también aprender del maestro Alberto Grau, en una vida transformada por su incansable esfuerzo.
Foto: Erlen Zerpa